martes, 19 de diciembre de 2017

CRÍTICA RETRO: "LA MOSCA"






El intimismo de La Mosca es cautivador, callejero, tétrico. Toda una cinta de ciencia ficción de los ochenta con un Jeff Goldblum espectacular en su eterno papel de científico-filósofo, de místico de la razón.

La Mosca es una historia de terror que no esperas. El desarrollo se oscurece a cada fotograma que pasa y se descompone con la transformación paulatina de ese soñador en esa criatura horrible que no nos ahorra ni un sólo plano de su repugnante existencia y consciencia.

La tétrica soledad de la criatura resultante de un fallo de la computadora encargada de monitorizar la descomposición molecular necesaria para el teletransporte, invento de nuestro peculiar científico y punto de partida de la cinta, se acentúa con ese intimismo tan marchito, tan de bajo presupuesto, tan industrial.

Cada vez que la cámara sale del edificio verde-gris en que el hombre se convierte en mosca, sientes una merecida y controlada sensación de alivio. Ves la luz de las calles y a los compañeros protagonistas de Goldblum y piensas que quizá, aquella locura, tenga remedio. Que esa periodista enamorada de la capacidad hipnótica del científico y ese ex-amante, villano emocional que se convertirá en inesperado salvador de la irracionalidad que domina a la criatura, al insecto, y que acabará por consumir al hombre, al científico, podrán arrojar algo de luz a la inquietante oscuridad de la metamorfosis. Pero acabas descubriendo que no. Que el drama no tiene remedio.

La Mosca es cine de los ochenta en estado puro. Lo desagradable es tangible y la imagen se muestra veraz, sin filtros. Y quizá sea por eso que esa criatura, esos personajes, y esas sensaciones que se generan con su visionado sean tan trágicas, tan hipnóticas, tan repulsivas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario